Entrevista a Salvador Andreu, bisnieto del Doctor Andreu
En un piso bajo del barrio de Sant Gervasi, a unos 200 metros de La Rotonda, nos encontramos con Salvador Andreu, bisnieto del famoso Doctor Andreu, el de las pastillas para la tos. En su oficina ha erigido un auténtico museo sobre la figura del eminente farmacéutico y su obra. Allí encontramos recetarios, orlas, objetos personales y casi un centenar de escrituras de propiedad correspondientes a otras tantas fincas que el Doctor Andreu adquirió en el Eixample. Se inicia entonces una apasionante conversación sobre arquitectura y urbanismo que nos lleva a la Barcelona del XIX, la de la Ciudad de los Prodigios, la que se arrancó la camisa de fuerza que la mantenía aprisionada entre sus murallas y se expandió hasta absorber villas como Gràcia, Sant Martí o el propio Sant Gervasi.
Lo primero que me llama la atención de usted, Salvador, es que se llama como su bisabuelo… ¿Es un nombre típico en la familia que se hereda de padres a hijos?
Algo parecido. Hasta la fecha ha habido cinco personas llamadas así en la familia. Y sí que tiene un poco que ver con la idea más romántica del primogénito. Aunque tenemos una anécdota tenebrosa con el nombre que, afortunadamente, se ha roto. Mi bisabuelo se llamaba Salvador Andreu. A su primogénito le puso también ese nombre, y murió de tuberculosis a los 37 años…A su muerte, el segundo hijo varón pasó a ser el mayor, l’hereu. Ese era mi abuelo , José Andreu, quien a su vez tuvo otros hijos. Al mayor le llamó Salvador, y también murió joven y sin descendencia por una bronquitis. Al morir mi tío Salvador pasó a ser el mayor mi padre.
Y cuando yo nací me pusieron Salvador. Toda la familia se revolucionó: “Salvador es un nombre maldito”. Y por eso me pusieron Salvador José, aunque todo el mundo me llama Salvador… y de momento sigo vivo (se ríe). Y mi hijo mayor también se llama Salvador. Supongo que ha habido una admiración por ese nombre en nuestra familia.
Se ve usted muy joven para haber conocido al Doctor Andreu…
No lo conocí. Yo tengo 59 años. Nací en enero de 1958
Entonces, si los cálculos no me fallan, hay un espacio de 30 años entre el fallecimiento de su bisabuelo y su nacimiento ¿Cómo se transmite la memoria del Doctor Andreu a través de la familia y qué recuerdos le llegan a usted?
Yo cuando era pequeño no tenía ninguna consciencia de ser el bisnieto del Doctor Andreu. En la familia este hecho se vivía con normalidad. Éramos una familia absolutamente normal. Aunque sí que había una serie de aspectos muy particulares que me hicieron advertir que realmente ha habido una historia importante alrededor de la figura de mi bisabuelo. ¿De qué manera? Por su legado. El Tibidabo era como nuestra casa. Íbamos allá y todo el personal nos trataba muy bien. En la Cerdanya también había una herencia muy potente de la familia Andreu, que eran las casas del lago…Poco a poco me fue llamando la atención y me fui interesando en la figura y en el personaje para conocerlo mejor.
Suena un poco vanidoso decirlo, pero mi bisabuelo fue el mayor propietario de fincas de Barcelona. Tenía alrededor de 100 fincas. Y las tengo documentadas. Cada una de ellas con una fotografía y planos de la época, descripciones…La posesión de tantas fincas a mí me llamaba la atención, porque casi casi allá donde ibas era una finca de él.
Sobre eso que comenta, L’Esquerra de l’Eixample, toda la parte alta, todo promocionado y edificado por el Doctor Andreu… al final, ¿tenía sensación de propiedad?
No de propietario en el sentido de ostentación, sino de estar en casa. No lo digo con ningún sentido de soberbia, ni muchísimo menos… es de sentirte un poco como en casa. Y mucho más, supongo, sería el caso de la generación de mi abuelo… Mire, tengo fotografías de cómo era el paseo de San Gervasio en los años 20 y años 10. Cuando mi abuelo era un niño esto era una calle deshabitada prácticamente. Por aquí no pasaba nadie. Y era como si estuvieras en una urbanización de cuatro amigos… Será que uno es más nostálgico y todo este tema me ha interesado siempre.
De manera que se ha ido convirtiendo usted en el depositario del legado del Doctor Andreu…
Sí, sí, un poco… o mucho. Supongo que mi afición a la historia en general, y en particular la de mi familia, y mi pulcritud por tener las cosas cuidadas ha hecho que la familia me haya depositado esta tarea. Aunque eso no quiere decir que muchos miembros no guarden también sus cosas, las más queridas. Pero las que ninguno sabe qué hacer con ellas, me las dan a mí.
Entonces, se podría decir que es usted la persona que mejor conoce al Doctor Andreu, que mejor ha llegado a entender su obra, su trabajo... ¿Nos podría explicar cómo cree usted que era?
Yo no sé si soy el que mejor lo conoce, pero el que más ha hecho por intentar conocerlo seguro. Me he documentado todo lo que he podido, he intentado cruzar información de distintas fuentes… La verdad que era una persona sencilla, humilde, trabajadora, respetuoso de Dios y era un hombre muy trabajador. Lo que más me sorprende, por su aspecto, por su carácter, es lo emprendedor que era. Parece que esta cualidad hoy día va más con personas de carácter extrovertido y él era lo contrario, más bien una persona tranquila.
¿Cómo descubre usted ese carácter?
A través de sus memorias. Las escribió entre 1905 y 1924. Una página y media por año. Y hace un resumen de aspectos personales y familiares, y también una revisión de lo que ha ocurrido en el año. Habla de la Primera Guerra Mundial, de atentados anarquistas en Barcelona… o sea es un verdadero documento histórico. Cuando lo lees aprendes a entender cómo percibía las cosas. Demuestra una sensatez, una serenidad y una ponderación que me parece excepcional.
Pero a la vez era un emprendedor soñador que fue capaz además de realizar esos sueños. Que eso realmente es lo más bonito, hacer lo que hizo contra viento y marea. En aquella época fue algo excepcional. No olvidemos que por 1880, cuando él rondaba los 40 años, ya tenía en mente la idea de organizar el Tibidabo. Ese año todavía se estaban tirando las últimas murallas de Barcelona. La gente iba a veranear a Sarrià y el Tibidabo les quedaba lejísimos y urbanizarlo era una empresa complicadísima.
Todo un visionario, desde luego…
Así era él. Un hombre muy emprendedor, pero a la vez una persona humilde, muy sencillo y… muy listo también. Empezó a comprar fincas, aunque en aquella época tampoco es que fuera un gran negocio tener patrimonio inmobiliario. Durante muchísimos años, las rentas estaban protegidas primero por unos gobiernos y luego por otros, y los propietarios de fincas se las veían y deseaban para rentabilizar una finca. Empezó a comprar fincas fuera de lo que era Barcelona, en l’Eixample. Se metió en un grupo que impulsaba la urbanización de lo que se llamaba Riera de Maya, que era la Rambla Cataluña para dar acceso a las fincas que él había comprado.
Era un hombre honesto, nada ambicioso, pero tonto no era. No perdía el tiempo, hacía todo lo mejor que podía para favorecer sus sueños y sus proyectos. El tranvía que alcanzó la parte alta de Barcelona llegaba hasta la Plaza Bonanova. Pues él desde ahí, hizo el tranvía azul y puso un hotel justo por donde pasaba el tranvía que venía de Barcelona. Había una planificación. No todo estaba hecho por que sí. Era una persona realmente muy emprendedora, pero a la vez una persona sencilla, humilde, sin ningún tipo de ambición. Nada que ver con lo que sería ahora el típico tiburón. Era como era la gente en aquella época, mucho más soñadores. Era una época más romántica, no es que la quiera idealizar ni mucho menos… pero yo creo que era más habitual esta representación de éste tipo de persona.
Hablaba antes del Hotel Metropolitan, que después fue Hotel La Rotonda . ¿Qué recuerdos tiene usted de La Rotonda?
El primer recuerdo me parece que es una comunión. Se hacían celebraciones familiares, pero concretamente esa comunión me parece que ni siquiera fue de un familiar Andreu, si no que fue de un amigo porque era un lugar donde se celebraban habitualmente bodas, festejos etc. Era de un amigo que celebraba y yo fui como invitado. Recuerdo asistir a distintas celebraciones. No es que yo fuera muy frecuentemente a La Rotonda, aunque viviera yo aquí. También había asistido alguna vez a alguna boda cuando ya era un poco más mayor, con 14 o 15 años… Recuerdo sobre todo el salón principal, aquel entorno de otra época, antiguo, los camareros eran más formales.
Desde la perspectiva familiar, ¿cómo nace este proyecto?
Con la promoción de la avenida del Tibidabo, el Doctor Andreu quería cumplir su último sueño, urbanizar el Tibidabo y construir un parque de atracciones. La idea era dar acceso para que la gente pudiera llegar allí y aprovechar la plataforma de mirador natural que es y crear una serie de actividades que tuvieran una utilidad de entretenimiento. Así se urbanizó la avenida del Tibidabo, se construyó el tranvía… y se colocó un hotel, que al principio fue el Metropolitan y luego ya se quedó con el nombre de La Rotonda.
Primero fue hotel, luego clínica, después la decadencia y su rehabilitación por parte de Núñez i Navarro… ¿Qué sintieron cuando vieron la lona descubierta y que se había recuperado La Rotonda?
Una alegría enorme. Por una parte una pena, dio pena desprenderse de ella. No dejaba de ser un elemento bastante representativo de ese último proyecto de mi bisabuelo: La Rotonda, la Avenida del Tibidabo, el funicular y el Tibidabo. Pero en aquel momento a la familia le interesó y nos pusimos de acuerdo.
Y ahora, volver a verla brillante y rehabilitada… acabó siendo lo que yo imaginaba. El exterior es exactamente el mismo. Desde fuera no ves en absoluto ningún cambio. Está mejor porque está rehabilitada y eso nos produjo una gran alegría. Al final ahí está, lo importante es que esté y si alguien quiere recordar que fue del Doctor Andreu en su día, pues qué bien. También otros lo recordarán como una acertada obra de Adolf Ruiz Casamitjana... Pero al final ahí está y en su esplendor otra vez, y por lo tanto estamos encantados. Desde mi punto de vista ha quedado impecable. Además, el interior me ha parecido una solución muy curiosa y muy en la línea de aunar una parte protegida y emblemática con una parte funcional o moderna. A mí la verdad que el resultado me ha gustado mucho.
Ustedes participaron en una visita privada para la familia. Previamente se organizaron unas jornadas de puertas abiertas en las que hasta 6.000 personas vinieron a ver La Rotonda en un fin de semana. ¿Qué le dice este dato?
Pues no lo conocía, pero me alegra mucho saberlo. Suponía que podía haber un cierto interés, por todo lo que suponía el edificio, pero no imaginaba que podía ser tanto. Muchas felicidades.
Y ya para acabar, dígame tres adjetivos para definirla actualmente
Yo diría: histórica, entrañable y un lugar donde estar, aunque no sea un adjetivo. Desde el punto de vista empresarial, si yo tuviera una empresa, para mí sería un lugar en el que me gustaría estar hoy por hoy.
I quan jo vaig néixer em van posar Salvador. Tota la família es va revolucionar: "Salvador és un nom maleït". I per això em van posar Salvador José, encara que tothom em crida Salvador... i de moment segueixo viu (riu). I el meu fill major també es diu Salvador. Suposo que hi ha hagut una admiració per aquest nom en la nostra família.