Oriol Muntané apuesta por la rehabilitación y la inclusión de cubiertas frescas y enjardinadas como medidas de arquitectura sostenible
La arquitectura sostenible gana cada vez más terreno y prioridad a la hora de plantear y urbanizar nuestras ciudades. Construir de manera respetuosa con el medioambiente, reduciendo la huella de carbono y generando el mínimo impacto ecológico se han convertido en vectores clave en la ruta hacia la sostenibilidad.
En Núñez i Navarro queremos amplificar las voces de aquellos profesionales que contribuyen a mejorar los entornos de las personas a través de medidas sostenibles. Por este motivo, hoy hemos querido charlar con Oriol Muntané, arquitecto en el despacho especializado en rehabilitaciones con eficiencia POMA arquitectura, sobre cómo la arquitectura puede contribuir a minimizar los efectos del cambio climático si se aplica en términos ecoeficientes.
Desde el inicio de su carrera profesional, Muntané se interesó especialmente en el área de la energía aplicada al funcionamiento de la arquitectura y a la construcción con materiales con bajo impacto ambiental. El arquitecto valora la evolución que ha experimentado este campo de estudio, incrementando exponencialmente su popularidad durante los últimos años: “Cuando yo empecé a ejercer, apenas se establecía una relación entre arquitectura y energía, de manera que el campo de estudio estaba poco explotado”. Ahora la sinergia entre los dos campos despierta cada día más interés en la población.
La fusión de arquitectura y energía condujo a Muntané a analizar un problema cada vez más habitual en las ciudades densamente pobladas como Barcelona: el efecto de las islas de calor. Este fenómeno provoca un incremento de las temperaturas en las zonas más urbanizadas en comparación con las zonas no urbanizadas de su entorno. El aumento de temperaturas se acentúa especialmente durante las noches de invierno, aunque “por norma general, todos le quitamos importancia porque no nos molestan unos cuantos grados más. En realidad, debería preocuparnos de la misma manera que lo hacen los veranos cada vez más calurosos”, alerta.
Al preguntarle por el motivo de dicha anomalía, Oriol Muntané apunta a la radiación solar y a la composición de los materiales arquitectónicos habituales como los principales desencadenantes del efecto: “La radiación solar incide sobre los edificios y sus cubiertas, sobre las plazas y las calles. Estas superficies absorben la radiación, la transforman en calor y la reemiten al entorno, calentándolo”, explica.
Sin embargo, la reflexión de la luz solar sobre los materiales arquitectónicos de los núcleos urbanos no es la única razón que provoca el incremento de las temperaturas en las zonas urbanizadas, sino que otras cuestiones arquitectónicas, urbanísticas y humanas también maximizan los efectos de las islas de calor. En líneas generales, toda actividad tiene un impacto en el entorno, sea este menor o mayor; y tal y como ejemplifica el experto: “desde los coches que circulan por nuestras calles hasta la altura de los edificios contribuyen al efecto de isla de calor. Este fenómeno se agrava, además, a causa de la densidad de edificios, que impide que el calor se disipe fácilmente”.
Tras su explicación sobre el calentamiento de las ciudades, comprendemos que Barcelona sufre el efecto isla de calor y no nos sorprende. En nuestra ciudad vivimos alrededor de 1’6 millones de personas que, distribuidas en 100km2, equivalen a 16.420 habitantes por km2. Poblenou, Raval y Ciutat Vella ocupan las tres primeras posiciones en el ránking de barrios más densos. Este retrato demográfico le permite a Muntané aclarar que el principal obstáculo a la hora de disipar el calor en la ciudad “no es la cantidad de gente en sí, sino el número de edificios construidos y, especialmente, su altura. Mientras más alta sea la relación entre la altura de los edificios y la anchura de la calle, más difícil resultará disipar el calor”, es decir, “mientras menos cielo vemos, más densidad existe”.
Al preguntarle por el motivo de dicha anomalía, Oriol Muntané apunta a la radiación solar y a la composición de los materiales arquitectónicos habituales como los principales desencadenantes del efecto: “La radiación solar incide sobre los edificios y sus cubiertas, sobre las plazas y las calles. Estas superficies absorben la radiación, la transforman en calor y la reemiten al entorno, calentándolo”, explica.
Ante esta problemática generalizada en las zonas urbanas, tratamos de dibujar soluciones, aunque rápidamente Muntané expone la que sería la solución ideal: “Deberíamos transformar las cubiertas de prácticamente todos nuestros edificios y convertirlas en cubiertas frescas. Las cubiertas son la superficie que más radiación recibe -especialmente en verano- y que más se calienta de los edificios, favoreciendo el aumento de la temperatura en las ciudades especialmente densas. Entonces yo, como arquitecto, me pregunté: ¿qué pasaría si intentásemos que las cubiertas no se calentasen de esa manera?”.
Muntané utiliza un ejemplo bastante gráfico para explicar la cantidad de radiación que reciben las cubiertas que acostumbran a estar terminadas con baldosas de color rojizo: “¿Cuántas veces nos han dicho en verano que no deberíamos vestirnos de negro? Muchas, ¿verdad? El color oscuro atrae el calor y con las cubiertas pasa exactamente lo mismo”. De la misma manera que durante las épocas de calor sacamos del armario nuestras prendas "más ibicencas", el experto propone transformar las cubiertas “cambiando el tipo de baldosas tradicionales de tonos rojizos por baldosas claras o blancas que permitirían asemejar la temperatura de las baldosas a la temperatura ambiente”. Y es que en estudios prácticos se han evaluado diferencias de hasta 20 grados entre una cubierta blanca y una cubierta con acabados cerámicos.
El arquitecto enumera otras ventajas de la utilización de pigmentos claros, defendiendo el poco coste económico que comportaría modificar el color de las superficies: “Al tratarse exclusivamente de pintura, el proceso no es especialmente caro. Evidentemente necesita un mantenimiento porque la polución y el polvo ennegrece las superficies, pero su mantenimiento no supone un obstáculo definitorio a la hora de utilizarlas”.
Lamentablemente, la legislación urbanística de Barcelona no permite hoy en día modificar el color de los tejados en aras de preservar el paisaje urbanístico. Sin embargo, Muntané valora positivamente la puesta en marcha de un proyecto urbanístico táctico que “anima a enjardinar las cubiertas de los edificios ante la imposibilidad de poder pintarlas con colores claros. De esta manera, las cubiertas enjardinadas permitirían absorber la humedad, el ruido, el polvo, etcétera, e incluso podrían servir como espacios de ocio”, comenta.
Expuestas estas dos soluciones para reducir la alta radiación solar que absorben las terrazas actuales, Muntané afirma que “ambas soluciones son acertadas” aunque para él, lo ideal es “combinar ambas técnicas en la medida de lo posible ya que no todas las cubiertas pueden someterse a un proceso total de enjardinado -ya sea por cuestiones de peso o de accesibilidad para su conservación-. Sin embargo, combinar las dos soluciones permitiría mitigar la radiación solar y purificar el aire. En el caso de disponer de placas fotovoltaicas combinadas con cubiertas reflectantes, se aumentaría la producción de las placas. Son todo ventajas que impulsan la sostenibilidad.”
Muntané apuesta por este tipo de acciones sostenibles en los proyectos arquitectónicos en los que participa en la medida de lo posible y reconoce que, aunque aún hay mucho camino por recorrer en la ruta hacia la sostenibilidad, debemos marcarnos objetivos que garanticen una arquitectura sostenible en el futuro: “En primer lugar, debemos reducir los usos de los sistemas de climatización y calefacción. Al ser cada vez más altas las temperaturas, utilizamos cada vez más sistemas de refrigeración que, a su vez, provocan el calentamiento de las ciudades”.
En segundo lugar, “Debemos reducir también las demandas de construcción y optar más por la rehabilitación de los espacios, ya que permite construir sin utilizar un uso elevado de energía; así como promover el uso de materiales con bajo impacto ambiental como la madera u otros que tengan una huella ecológica mínima”.
Sin duda, charlar con Oriol Muntané nos hace ver la arquitectura ecoeficiente como una herramienta fundamental para dar respuesta a la crisis climática que nos afecta. Las ciudades del siglo XXI deben replantear sus modelos urbanísticos y apostar por la rehabilitación de los espacios y edificios como solución sostenible y de valor, además de “aumentar las zonas verdes en las ciudades, reducir la densidad de las ciudades y mejorar la calidad arquitectónica de sus edificios, entre otros aspectos” tal y como concluye el arquitecto.
Son muchas las acciones que podemos llevar a cabo para transformar nuestras ciudades en más sostenibles y todos podemos contribuir a su mejora. Nosotros os mostramos algunos entornos que hemos rehabilitado para promover la construcción sostenible.
Y tú, ¿de qué manera contribuyes a mejorar el entorno de tu ciudad?
**Fuente: Akbari, H., Menon, S. & Rosenfeld, A. 2009, ‘Global cooling: increasing world-wide urban albedos to offset CO2.’